Soy Vicente, hermano del padre Víctor. Siempre fue un hombre ejemplar: responsable, generoso y con una fe que se notaba en todo lo que hacía. Trabajó en muchas cosas —vendiendo tacos, zapatos, refrescos— y decía que cada oficio le enseñó algo sobre el valor del esfuerzo y de cuidar a los demás.

Un día habló de contratar un seguro de vida. En casa nadie lo entendió. Pensábamos: “¿Para qué, si está joven y sano?”. Pero él decía: “No es por mí, es por ustedes. Si algún día me pasa algo, quiero que estén tranquilos.”

Cuando enfermó, todo ocurrió muy rápido. Aun así, nunca perdió la esperanza ni la paz. Después de su partida, comprendimos el verdadero sentido de su decisión: gracias a ese seguro pudimos cubrir los gastos, mantenernos unidos y sacar adelante el pequeño negocio familiar.

Hoy entiendo que Víctor no solo nos dio su ejemplo, sino también una gran lección de amor y responsabilidad. Asegurarse no es pensar en la muerte, sino en la vida de quienes uno ama.